La verdad es que siempre he adorado la Navidad. Y no por ser especialmente creyente (que no es el caso) y tampoco por los regalos (aunque claro que me gustan).
Siempre he adorado la Navidad por las tradiciones particulares de mi familia.
Para nosotros la Navidad empieza el primer fin de semana de diciembre. Ese sábado siempre vamos a la Fira de Santa Llúcia de Barcelona a comprar el árbol y animales para el belén.
El belén es un asunto serio en mi casa. Es un proyecto de bricolaje que mide 2x1 metros y que nos lleva unas doce horas de trabajo completar. Nuestro belén más que un belén es un zoo. Tenemos desde murciélagos hasta salamandras (¡No es broma!). Y cada año vamos a la feria para encontrar nuevos especímenes. Podríamos decir que nuestro belén es un crossover entre el Nacimeinto de Jesús y el Arca de Noé.
Este años ha quedado así (la calidad de la foto es horrible porque Blackberry+Noche=Caca borrosa).
Puede parecer una pérdida de tiempo, pero no sé... creo que hay años de historia familiar ahí metidas.
Por ejemplo, tenemos a nuestra estrella...
¡Melchor cabeza de Chupa-chup!
Veréis... un año al abrir la caja donde guardamos las figuras nos lo encontramos decapitado (¡Pobrecito!) pero por más que buscamos no encontramos la cabeza (Está empezando a sonar un poco gore, ¿no?) y mi hermano tuvo un momento de brillantez total y siliconó un Chupa-chup a la figura. ¡Y hace años que así está!
La verdad es que podría pasarme horas contando lo que mi estrambótica familia hace por Navidad pero tampoco hace falta...
Lo que pasa es que como el año pasado estuve en Taiwán y me lo perdí todo, este año me moría de ganas de hacer todo esto... Ir a la montaña a robar, digo coger musgo... Decorar la casa... El concurso de poemas y talentos con mis primos el día de Navidad (Spoiler alert: Mi hermano y yo arrasamos con un dueto)... Comer todo el turrón Simón de chocolate con avellanas que encontrara... Y estar en familia.
Lo sé... es un ñoñería... pero es lo que toca, ¿no?
¡Feliz Navidad!
Alena
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