Y no puedo dormir.
Y no es porque tenga insomnio.
Tampoco es porque esté estudiando para mis dos últimos exámenes de la carrera.
O porque dichos exámenes me quiten el sueño.
Tampoco estoy trabajando.
Ni haciendo una maratón de alguna serie recién descubierta.
Ni siquiera estoy acabando de leer un gran libro que he sido incapaz de soltar.
No, nada de eso...
De hecho, no puedo dormir porque el asma me lo impide.
Y estoy enfadada. Enfadada porque desde que empecé a correr, hace algo más de 11 meses, no había tenido ataques de asma. No había necesitado mi inhalador. Ni siquiera había tenido ataques de alergia...
Y yo, tonta de mí, me confié. Y pensé que significaba que había podido con ello. Que mi cambio de vida y de hábitos me hacía este gran regalo...
Pero resulta que dejé de correr prácticamente durante todo mayo, y ahora lo estoy pagando.
Es tan injusto. Tantas horas, tantos kilómetros y todo el trabajo se va al garete tan rápido.
Y para más inri, en estas condiciones (sigo culpando el fuerte aire acondicionado de los aviones que me hizo resfriarme), con asma casi constante, tengo que empezar mi entreanimiento de doce semanas para la media maratón.
Es horrible, pero me niego a no salir a entrenar. He podido dos días... podré dos días más y, con suerte, me pondré mejor.
En fin, ¿qué decir? En estos casos, mi hermano suele decir: la vida es dura, ponte casco.
Lo cambiaré por: el asma es dura, tómate el inhalador.
En fin, voy a ver si encuentro algo que hacer porque estar sentada o de pie me ayuda a respirar mejor.
Alena
P.D. De hecho lo peor. Lo que me jode más. Es que casi había olvidado cómo era. Había olvidado la opresión en el pecho, el chirriante sonido que hacen mis pulmones al obtener poco aire, lo pastosa que siento mi garganta seca, los latidos incontrolados de mi corazón tratando de que no cunda el pánico, la incomididad general, y la horrible sensación de debilidad.
Lo había olvidado. Y ahora ha vuelto y estoy despierta a las 4.58.
Pero no me rindo. Seguiré corriendo. Mejoraré. Me quitaré este resfriado de encima. Y, con suerte, esto me regalará otros once meses libres de esta agonía.
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