Primero cargué las maletas hasta el metro de Gongguan, me subí al tren y bajé en la Estación Central de Taipei. Allí, no sin ciertas dificultades, localicé la salida que tocaba y llegué a la Estación de autobuses oeste. Me compré el billete, me puse a la cola, y después de quince minutos subí al autobús. El trayecto duró un poco más de una hora (había mucho tráfico), pero al fin llegué al Aeropuerto Internacional de Taoyuan (que por cierto, como veréis en la foto, tiene detalles preciosos).
A las seis y cincuenta salió mi primer avión. Y a las ocho y media llegué a Shanghai. Tuve un par de problemillas (no tenía visado para China y llevaba sobrepeso), pero, por suerte, mi chino me dio para salir del paso.
A las once y cincuenta me monté en el segundo avión y después de una eternidad despegó. El vuelo hasta Amsterdam duró doce horas, pero con el cambio de hora, llegué allí a las cinco y algo de la mañana. Después de un largo paseo por Schiphol, y un poco más de espera, a las siete de la mañana del día quince de enero (hora de Barcelona), me subí al último avión. Así se vio el amanecer desde las alturas.
A las nueve y media, y con todo mi equipaje, salí por la puerta de cristal de Llegadas del Aeropuerto de Barcelona y me encontré con mis padres. A las diez y media, más o menos, pisé mi casa por primera vez después de cuatro meses y nueve días. Fueron veintiséis horas de viaje, entre metros, trenes, buses, aviones, esperas y coches, pero valió la pena.
P.D. Así amaneció en mi casa el día dieciséis.
Alena
Recuento del día:
*Informes que tengo que terminar hoy: 3
*Novelas que me he leído en los últimos días en lugar de las del trabajo: 3
*Trámites pendientes de la universidad: 4
*Racines de heledo de judía roja injeridas este fin de semana: 1
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